Ahora nos toca enfrentarnos a otro nuevo reto, empezamos una “nueva normalidad” que en mi caso ya no sé si es la nueva normalidad u OTRA normalidad igual de desconocida, pero que no me afecta solo a mi, sino a la población mundial.
Supongo que mucha, mucha gente, tenemos miedo. Miedo de enfrentarnos a algo desconocido, igual que yo tuve que enfrentarme a “eso” la primera vez que decidí salir sola a la calle después de mi infarto.
Soy uno de esos casos “raros” en los que teniendo 45 años y siendo mujer tiene una patología cardiaca debido al infarto que me dio hace casi ya dos años. Por lo visto, mi arteria coronaria se seccionó y provocó un infarto que casi me cuesta la vida.
Era sábado 8 de diciembre. Estaba preparada para salir de compras de Reyes con mi madre, cuando a punto de bajar al garaje, noté un dolor muy fuerte en el pecho. En un primer momento pensé que era ansiedad, aunque en realidad, creo que no quería aceptar que ese dolor era diferente a todo. No podía creer que “a mi” pudiera estar dándome un infarto. Me tomé una aspirina, me senté en la escalera e intenté tranquilizarme. Me estaba observando. Respiraba profundamente e intentaba observar si tenía algún otro síntoma. No, el brazo no se dormía. La verdad es que en ese momento, tampoco sabía qué brazo decían que se dormía en caso de tener un infarto.
Pero pensé que se iría pasando. No quería aceptarlo y intenté seguir con los planes que tenía previstos. Cogí mi coche dirección a casa de mis padres. El dolor continuaba con la misma intensidad. Soportable, pero intenso. El hospital más cercano esta de mi casa a tres kilómetros y pasaba por delante. Dudé en parar, pero cuando se me empezaron a dormir las manos, supe que no tenía más remedio que parar.
Por supuesto que entraba con un infarto. Me hicieron todas las pruebas iniciales pertinentes y ya me dijeron que avisara a algún familiar porque me dejaban ingresada para ver la evolución. El domingo me dijo un cardiólogo que bueno…, que era un caso raro porque no tenía colesterol, mi tensión era baja, no fumo, no bebo, no tengo sobrepeso y mi rango de edad tampoco daba el perfil. Todo se había ido estabilizando, menos una enzima que tenía disparada por lo que había sufrido el corazón, así que, el lunes a primera hora me harían un cateterismo para descartar cualquier problema. Me explicaron que era una prueba “sencilla”. Introducían una cánula con una camarita por la muñeca hasta llegar al corazón y en caso de no estuviera todo en orden tendrían que poner un stent. Y aquí vino toda la complicación. En vez de volver en una hora según le dijo el celador a mis padres y mi hermano, volví en una semana, que es el tiempo que estuve en la UCI.
Metieron la cánula, pero al retirarla, mi coronaria se partió debido a la extrema finura que tienen mis arterias en general.
Pero todo pasa, y aquí estoy, día a día superándome y aprendiendo a seguir asimilando muchas cosas y aprendiendo no del “por qué” me dio, sino “para qué”.
Pero este miedo es distinto. Tampoco se conoce, pero además de afectar a todos en general, a mi, me afecta en particular.
Unos días antes de que nos confinaran, tenía cita con mi cardiólogo y por supuesto la pregunta principal casi que no era cómo estaba mi corazón, sino, qué pasaría si me contagiaba de Covid 19.
Pero no me he quedado parada porque la vida sigue, hay que ir con ella y no podemos quedarnos paralizados por el miedo porque si no, no avanzamos en nada.
La vida no es como la pintan, es como tú la coloreas.
Así que me ducho, me arreglo, me pongo mi máscara, camuflo mi miedo, pero tengo que salir. Tengo que ir a trabajar, porque soy dueña de una zapatería de niños, inaugurada tres meses antes de que sufriera el infarto y volví a estrenarla tres meses antes de que nos confinaran, porque estuve un año de baja.
Y no me rindo!!!!!
Y bueno…., me voy a trabajar aunque con citas previas, porque también tengo tres hijos que no puedo dejar solos y están con su cole online. Así que seguimos sumando, hijos, compra, hacer comidas y cenas, casa, trabajo, covid y miedo.
El resultado es cansancio y mucho, al final del día. Porque la tensión, ansiedad e inseguridad de qué podría pasar si me contagio es muy grande. En situaciones diferentes a las vividas día a día, es cuando te das cuenta que algo en ti ha cambiado, ya no eres igual, ahora hay limitaciones que también hay que aprender a aceptar, porque ya no llegamos a todo. Yo era incombustible, pero ahora me canso. Y no me gusta aceptarlo, pero es la realidad. La nueva realidad.
Pero doy gracias todos los días de que sigo adelante y que mis fuerzas aunque menores siguen ahí, pero es cuando te das cuenta de las limitaciones, porque antes yo llegaba a todo y ahora no. Pero con eso también hay que aprender a vivir y lo más importante y también lo más difícil es que hay que saber aceptarlo.
Tengo que tener más cuidado y precaución que el resto ya que soy individuo de riesgo. Pero ese miedo también es el que me hace estar alerta. Aunque en realidad hay muchas veces que pienso que este virus ha llegado a eclipsar la preocupación constante que tenía por mi corazón. Estoy muy medicada y controlada para mi cardiopatía, pero quién controla al virus. Está por todas partes. Voy con mi mascarilla todo el tiempo, el hidroalcohol, distancia y no sé cuántas cosas más, pero tengo tres hijos. Están en el colegio con 20 niños más cada uno en sus clases, los cuales cada uno con sus familias correspondientes como todos por supuesto. Y aunque mis hijos son muy conscientes del riesgo que corro si ellos no hacen bien las “nuevas rutinas”, no puedo evitar abrazarles, besarles y estar cerca de ellos, intentando llevar una vida normal.
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